Milagrosa saliva, tan necesaria su presencia y cuánto problema ocasiona cuando su flujo está disminuido. Es el líquido protector y vital para la integridad tanto de los tejidos duros como blandos de la cavidad bucal. Es por ello que se la reconoce como el “aqua-vita” de nuestra boca.
La saliva, el líquido que fluye de las glándulas salivales de la cavidad bucal, está en su mayor parte compuesta por agua pero tiene un 1% integrada por compuestos orgánicos e inórganicos que cumplen múltiples funciones con la sabia tarea de protegernos.
Sin ella, nuestros dientes y mucosas tendrían un progresivo e inevitable deterioro, pero su presencia los preserva brindándoles lubricación, humectación y su elogiable propiedad antimicrobiana.
Es muy efectiva en la prevención de la caries dental porque participa en todas las etapas del proceso carioso, limitando su daño o restituyendo la integridad del diente. Tiene una acción de limpieza, elimina los microorganismos y sobre todo diluye los azúcares presentes en nuestra dieta. Cuando esta función no se cumple porque el alto consumo de azúcares supera la capacidad que tiene la saliva de diluirlos, la biopelícula que se adhiere íntimamente a la superficie de los dientes tendrá tiempo para organizarse y se formarán los ácidos con capacidad para desmineralizarlos. La saliva puede actuar en esta etapa neutralizando la formación de dichos ácidos.
Y cuando esta función no se cumple, y la desmineralización del diente avanza, la saliva tiene otra oportunidad como es la de remineralización de las lesiones iniciales de caries, función que se ve favorecida cuando hay buena presencia de fluoruros en la cavidad bucal. También participa en la deglución, en la digestión y el aprecio por el gusto de los alimentos. Y nos ayuda a hablar por su intervención en la fonación.
Para que la saliva cumpla con sus funciones protectoras de la cavidad bucal, es necesario que esté presente en buena cantidad y calidad. Se calcula que producimos de 1 a 1,5 litros de saliva por día, cantidad que fluctúa con la edad y en distintos momentos del día.
La mayor cantidad de saliva se produce antes, durante y después de las comidas siendo el pico máximo al mediodía. Son estímulos claros del aumento del volumen salival, la masticación de los alimentos, el ver, oler o recordar una comida sabrosa. Se ajusta a esta situación el dicho “se me hace agua la boca” ante un alimento que nos agrada.
Se observa una mayor secreción durante la erupción de los dientes, en la primera etapa del embarazo y durante la menstruación.
Disminuye de forma considerable hacia la noche, durante el sueño o con la práctica de deportes por la pérdida de agua.
Puede estar reducido con la edad o ante algunas enfermedades como diabetes, hipertensión, depresión, desnutrición o deshidratación; o por el consumo de algunos medicamentos. En la actualidad, existen aproximadamente 400 medicamentos, muchos de ellos de uso frecuente y crónico, que inducen a reducir la cantidad de saliva.
Cuando los niveles de saliva son bajos, se evidencia una rápida destrucción de los dientes en periodos muy cortos de tiempo.
No es fácil reconocer la sensación de boca seca pero hay signos y síntomas que pueden alertarnos.